LA NATURALEZA DEL MATRIMONIO Y SUS TRANSICIONES

LA NATURALEZA DEL MATRIMONIO Y SUS TRANSICIONES: TODO O NADA

El matrimonio es claramente frágil y propenso a la crisis. La gente forma pareja, se casa y se divorcia, echándole la culpa a la índole del matrimonio, o a la del sexo “opuesto”, o a la del compañero específico, o al momento de la vida en que se casaron, o a la química, o a los astros, o al desgaste del amor.

El matrimonio es tanto más propenso a las crisis cuanto menos flexible. Las inflexibilidades prevalecen más cuando el matrimonio incluye a dos personas rígidamente diferenciadas por su sexo, cuando depende de que el romance mantenga invariable su altura emocional, o cuando no hay una red de relaciones funcionales y emocionales que sirvan de apoyo.

El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Cada uno ha sido educado para formar la mitad de una pareja, y es por lo tanto un ser humano incompleto. A los hijos se los prepara para los rituales de cortejo, extremadamente importantes, y se los va moldeando en los estereotipos de su sexo.

El romance seduce a la gente y la lleva a esperar demasiado. El romance es maravilloso. Pero no tiene nada que ver con la vida real. La mayoría de la gente en edad de casarse no ha aprendido aún la diferencia entre el amor y el romance: algunos no lo hacen jamás.

El animal humano parece ser, en su estado natural, un cazador que vive en pequeños grupos comunitarios. La monogamia parecería ser natural; no lo es, en cambio, la familia nuclear como unidad totalmente separada, independientemente en lo funcional y lo emocional. Por lo tanto, llegar a establecerla exige cierto trabajo.


Aunque la institución del matrimonio es inherentemente propensa a la crisis, hay ciertos momentos del desarrollo de una relación marital que tornan la crisis más probable, sino inevitable. En este sentido tal vez uno de los cónyuges cambie, confundiendo y alarmando al otro y provocando una crisis de desarrollo.

El enamoramiento en todas las relaciones de cortejo se produce una crisis alrededor de la tercer salida, cuando uno de los dos es el primero en sentir cierto afecto hacia el otro. Si el otro aún no empezado a experimentar romanticismo, tal vez la relación se confunda y se torne algo pegajosa. Uno de ambos debe reconocer primero que acaso lo que sienta sea “AMOR”.

Si un hombre y una mujer logran superar el “pánico de la tercer salida” y se enamoran más o menos al mismo tiempo, acabarán por llegar al matrimonio. A esta altura, poco antes de casarse, la mayoría de los hombres y un creciente número de mujeres interrumpirán de pronto el cortejo y se pondrán a considerar sus implicaciones.

Lo más típico es que la bruma romántica continúe obnubilando a los cónyuges durante meses, hasta que lleven ya un tiempo de casados. Aunque se haya enfriado antes del matrimonio, de todos modos puede llevarse a cabo la boda, pero tal vez uno o ambos recuerde en algún momento que “sabía que no había que hacerlo”.

El comienzo de la familia suele llegar junto con el final de romance. A esta altura la bruma se aclara y los cónyuges se dan cuenta de que forman parte de algo mayor que la relación de la pareja. Para quienes pueden elegir tener hijos o no tenerlos, la decisión puede resultar conflictiva.

La Parentalidad no es una pura bendición: estabiliza el matrimonio, pero también atrapa a los padres. Convertirse en progenitor es la prueba más clara de que alguien ha pasado de la generación infantil a la adulta y debe abandonar la conducta pueril.

En el matrimonio el sexo es muy importante. Puede ser el elemento adhesivo para cuando las cosas comienzan a separarse, la lubricación para pasar los puntos ásperos, la amortiguación contra los golpes. Pero si se lo emplea como una recompensa para que todo lo demás funcione bien, el matrimonio pierde su flexibilidad y estabilidad.

Hay por lo menos tres crisis separadas de la mediana edad, y con frecuencia se las confunde. La del “nido vacío”, la más dramática. La de los “hechos de la vida”, la conciencia de la mortalidad y el proceso de crecimiento por el que pasaremos al igual que nuestros padres, lo queramos o no, debería ser la mas liberadora.

La crisis de “los hechos de la vida” puede o no coincidir con la de la mediana edad; aunque por lo general sobreviene mas tarde, puede suceder un poco antes. Con frecuencia no se les presta atención, pero es una crisis muy importante y a menudo dolorosa.

Tarde o temprano, debemos envejecer; la alternativa es aún peor. Sin embargo, es difícil hacerlo con gracia. Para la mayoría de la gente, la vida es ridícula y trágicamente breve. Nuestra sociedad no respeta la edad, y a nadie le gustan sus dolencias.

Gracias Blogger@s, por llegar hasta el final.

Referencia.

Pittman, F. (1987). Teoría y terapia de las crisis familiares. España: Paidos.

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